

En el mismo momento, un adolescente de 14 años pasea por los jardines en
las inmediaciones del Palacio. Maurice Ravel se ha adelantado, anticipado, a
la muchedumbre. Una precaución inútil puesto que ésta se arracima cerca
de la Torre Eiffel, en la calle del Cairo o en los alrededores del pueblo anamita.
Antes de llegar a la explanada, Ravel se ha detenido en el Panorama de la
Compañía general transatlántica, un polígono situado en la avenida de la
Bourdonnais. Con sus numerosos mapas, la fachada constituye ya de por
sí una invitación al viaje. Entre las ciudades comunicadas con los grandes
puertos franceses, una de ellas le hace soñar: NuevaYork. No puede entonces
imaginar que unos cuarenta años más tarde, embarcará en Le Havre a bordo
del “France” rumbo a la capital americana. Será su primera y última gira por
los Estados Unidos. El éxito coronará su viaje. De vuelta a Francia, compone
entonces uno de sus mayores éxitos, el
Bolero
. ¿Acaso la plenitud de una
travesía marítima, el vaivén de las olas, la dimensión invariable del tiempo
le inspiraron los motivos repetidos de esta partitura? Nadie puede afimarlo
tajantemente. Pero ese día de junio, él pasea por la cubierta del “Touraine”,
dejándose llevar por los ensueños de la alta mar.
CUARTETO TALICH 63