

Pero todo eso lo ignora Ravel. Descubre a un
hombre de mirada afilada, juicio severo, con
fino bigote y cuyo corte de pelo le da un aire
caballeresco. Una apariencia que perderá
rápidamente, convirtiéndose en un hombre
tripudo, dotado de una barba densa y picuda
que prolonga su barbilla. Por su parte, Ravel
siempre conservará, muy a pesar suyo, una
silueta endeble. Su cara lampiña ya revela
un incipiente bigote que dejará crecer diez
años más tarde antes de afeitarlo de manera
definitiva. Observa el mundo con una
mirada en sordina, expresión de un carácter
introvertido pero no por ello menos resuelto.
Los dos hombres habían de verse otra vez. Pero,
de momento, no hacen más que coincidir.